ALMO.- OCDE 22 de Noviembre de 2013.- Michael Green, que ahora dirige
su propia organización para la ayuda al desarrollo, escribió en mayo un
artículo para la OCDE en el que abordaba lo que él definía como un “choque de
civilizaciones” entre los moldes tradicionales de cooperación internacional –la
ayuda “oficial” entre gobiernos– y las formas de filantropía privada.
Prejuicios de unos y de otros
Según Green, tradicionalmente los
gobiernos han considerado a los benefactores privados como un apoyo secundario.
Esta mentalidad estaría reflejada, por ejemplo, en la Declaración de París
(2005), que ni siquiera hacía mención a esta forma de filantropía. Sin embargo,
la última década ha sido escenario de un importante cambio, y los comités
creados por la OCDE y la ONU son una muestra de ello. Con todo, todavía
sobrevive en algunas administraciones la idea de que la mejor manera en que los
individuos o empresas pueden colaborar es aportando su dinero a programas
estatales, en los que además no suelen tener capacidad de decisión.
Por otro lado, los filántropos
privados o las fundaciones han sido frecuentemente poco transparentes, quizá
por una equivocada aversión a la “burocracia innecesaria”. Green cita como ejemplo
contrario –es decir, de donantes privados pero transparentes– a la Fundación
Rockefeller y a la de Bill y Melinda Gates. Esta última, que dedica buena parte
de sus ayudas a programas de “planificación familiar”, desde 2011 ha auditado
voluntariamente sus cuentas y la has entregado a las OCDE.
Otros de los fallos habituales de
los benefactores privados han sido no tener en cuenta el panorama global del
país o del problema que han pretendido remediar, y alimentar el prejuicio de
que la ayuda estatal es siempre poco eficiente.
Las fundaciones deben asumir riesgos
Green ofrece tres recomendaciones
concretas para hacer más eficaz la ayuda al desarrollo. La primera es dar “un
sitio en la mesa” a los benefactores privados. En los proyectos mixtos
público-privados, que para el autor del artículo deben ser cada vez más
frecuentes, el papel de los filántropos no debe reducirse a aportar el capital,
sino que debe participar en la toma de decisiones.
En segundo lugar, las fundaciones
deben asumir el papel de vanguardia, en el sentido de que tienen que ser ellas
las que experimenten con nuevos moldes de financiación, y también con nuevos
proyectos. Arriesgar el capital es algo que las administraciones no pueden
permitirse. Cuando la idea esté consolidada, los gobiernos se sumarán,
cooperando con su potente aparato de relaciones públicas y de publicidad. Esta
división del trabajo es, para Green, la más lógica.
Por último, el autor propone
desarrollar proyectos específicos, más fáciles de gestionar y de evaluar, ya
que para los donantes es muy importante comprobar cómo la fundación a la que
aportan su dinero consigue objetivos concretos –el artículo cita como ejemplo
al programa Malaria No More, una iniciativa de gestión mixta–. No obstante,
Green reconoce que existe un riesgo de olvidar las necesidades más profundas de
una sociedad y centrarse en victorias fáciles y efectistas, más mediáticas que
eficaces.
Estados Unidos, la patria de la filantropía privada
Aunque EE.UU. es el país que en
números absolutos dedica más ayuda oficial al desarrollo (30. 460 millones de
dólares en 2012), los medios internacionales tienden a fijarse en que esta
apenas llega al 0,2% del PIB, mientras que en los países nórdicos se superan el
0,7%. Esto puede dar la impresión de que EE.UU. es un país poco generoso. Sin
embargo, en un artículo para MercatorNet, Vicenzina Santoro, economista y
miembro de la American Family Association of New York, recuerda que nadie puede
dar lecciones a EE.UU. en lo que se refiere a la filantropía privada, que
financia actividades tanto dentro como fuera del país.
Santoro cita un informe de la
Universidad de Indiana y la Giving USA Foundation, según el cual en el año 2012
particulares y empresas norteamericanas habían donado un total de 316.000
millones de dólares (un 2% del PIB) a diversos proyectos de solidaridad. Esta
cantidad supuso un aumento del 3,5% respecto al año anterior. En los tres
últimos años, a pesar de la crisis, se han alcanzado cifras por encima de la
media. Además, no se trata solo de grandes donaciones a cargo de
multinacionales: el porcentaje de filántropos “a título personal” ha ido
aumentando hasta el 72%. Según distintas encuestas, ocho de cada diez adultos
norteamericanos dedican parte de sus ingresos a alguna causa filantrópica.
Las instituciones religiosas
continúan siendo el principal destino de estas aportaciones (un 32%), aunque su
porcentaje está sufriendo un descenso continuado. El segundo sector más ayudado
es el educativo. En los últimos años ha crecido fuertemente la cantidad de
dinero donada a fundaciones.
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