miércoles, 20 de noviembre de 2013

LA COOPERACION Y LOS GOBIERNOS NO SE ENTIENDEN


ALMO.- OCDE 22 de Noviembre de 2013.- Michael Green, que ahora dirige su propia organización para la ayuda al desarrollo, escribió en mayo un artículo para la OCDE en el que abordaba lo que él definía como un “choque de civilizaciones” entre los moldes tradicionales de cooperación internacional –la ayuda “oficial” entre gobiernos– y las formas de filantropía privada.

Prejuicios de unos y de otros
Según Green, tradicionalmente los gobiernos han considerado a los benefactores privados como un apoyo secundario. Esta mentalidad estaría reflejada, por ejemplo, en la Declaración de París (2005), que ni siquiera hacía mención a esta forma de filantropía. Sin embargo, la última década ha sido escenario de un importante cambio, y los comités creados por la OCDE y la ONU son una muestra de ello. Con todo, todavía sobrevive en algunas administraciones la idea de que la mejor manera en que los individuos o empresas pueden colaborar es aportando su dinero a programas estatales, en los que además no suelen tener capacidad de decisión.

Por otro lado, los filántropos privados o las fundaciones han sido frecuentemente poco transparentes, quizá por una equivocada aversión a la “burocracia innecesaria”. Green cita como ejemplo contrario –es decir, de donantes privados pero transparentes– a la Fundación Rockefeller y a la de Bill y Melinda Gates. Esta última, que dedica buena parte de sus ayudas a programas de “planificación familiar”, desde 2011 ha auditado voluntariamente sus cuentas y la has entregado a las OCDE.

Otros de los fallos habituales de los benefactores privados han sido no tener en cuenta el panorama global del país o del problema que han pretendido remediar, y alimentar el prejuicio de que la ayuda estatal es siempre poco eficiente.
Las fundaciones deben asumir riesgos
Green ofrece tres recomendaciones concretas para hacer más eficaz la ayuda al desarrollo. La primera es dar “un sitio en la mesa” a los benefactores privados. En los proyectos mixtos público-privados, que para el autor del artículo deben ser cada vez más frecuentes, el papel de los filántropos no debe reducirse a aportar el capital, sino que debe participar en la toma de decisiones.

En segundo lugar, las fundaciones deben asumir el papel de vanguardia, en el sentido de que tienen que ser ellas las que experimenten con nuevos moldes de financiación, y también con nuevos proyectos. Arriesgar el capital es algo que las administraciones no pueden permitirse. Cuando la idea esté consolidada, los gobiernos se sumarán, cooperando con su potente aparato de relaciones públicas y de publicidad. Esta división del trabajo es, para Green, la más lógica.

Por último, el autor propone desarrollar proyectos específicos, más fáciles de gestionar y de evaluar, ya que para los donantes es muy importante comprobar cómo la fundación a la que aportan su dinero consigue objetivos concretos –el artículo cita como ejemplo al programa Malaria No More, una iniciativa de gestión mixta–. No obstante, Green reconoce que existe un riesgo de olvidar las necesidades más profundas de una sociedad y centrarse en victorias fáciles y efectistas, más mediáticas que eficaces.

Estados Unidos, la patria de la filantropía privada
Aunque EE.UU. es el país que en números absolutos dedica más ayuda oficial al desarrollo (30. 460 millones de dólares en 2012), los medios internacionales tienden a fijarse en que esta apenas llega al 0,2% del PIB, mientras que en los países nórdicos se superan el 0,7%. Esto puede dar la impresión de que EE.UU. es un país poco generoso. Sin embargo, en un artículo para MercatorNet, Vicenzina Santoro, economista y miembro de la American Family Association of New York, recuerda que nadie puede dar lecciones a EE.UU. en lo que se refiere a la filantropía privada, que financia actividades tanto dentro como fuera del país.

Santoro cita un informe de la Universidad de Indiana y la Giving USA Foundation, según el cual en el año 2012 particulares y empresas norteamericanas habían donado un total de 316.000 millones de dólares (un 2% del PIB) a diversos proyectos de solidaridad. Esta cantidad supuso un aumento del 3,5% respecto al año anterior. En los tres últimos años, a pesar de la crisis, se han alcanzado cifras por encima de la media. Además, no se trata solo de grandes donaciones a cargo de multinacionales: el porcentaje de filántropos “a título personal” ha ido aumentando hasta el 72%. Según distintas encuestas, ocho de cada diez adultos norteamericanos dedican parte de sus ingresos a alguna causa filantrópica.


Las instituciones religiosas continúan siendo el principal destino de estas aportaciones (un 32%), aunque su porcentaje está sufriendo un descenso continuado. El segundo sector más ayudado es el educativo. En los últimos años ha crecido fuertemente la cantidad de dinero donada a fundaciones.

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